Ellos dijeron que este no era lugar para
un héroe. Intentaron ahuyentarme con sus ademanes violentos y sus dientes
amarillos y carentes de encías. Dijeron que el último que había pasado por ahí
había empeorado las cosas, que en una zanja lo encontraron. Eso dijeron.
Decidí quedarme.
Las calles polvorientas aullaban
suavemente, el quejido de un niño, la última gota del pozo secándose. Las
ventanas se sacudían fuertemente. Me recordaban los gestos de los pueblerinos,
todo en aquel lugar parecía querer que me fuera. Una anciana caminaba en mi dirección, la mirada perdida y los labios llenos de ampollas. No pareció notar mi
presencia, pasó junto a mi ululando cómo un búho.
Acaricié a Ginger en mi cintura. Pasé
suavemente mis dedos por su pulida piel de nogal, podía notar su ansiedad. La
vacía cuenca de mi ojo izquierdo escoció como de costumbre. Rasqué sobre el
parche, sabiendo que no haría nada por ayudar.
Antes de que me diera cuenta, mis pies me
habían llevado hasta el centro, dónde los matones pululaban. Un tipo me miraba
desconfiado desde el porche. Bajo su brazo llevaba armamento pesado. Silbó para
llamar mi atención y preguntó algo. No entendí de que se trataba, pero
afortunadamente Ginger parecía tener la respuesta correcta, ya que el tipo se
quedó callado.
No era justicia lo que buscaba. Nunca me
preocupó la justicia. Quizás el tipo al que Ginger acababa de desgarrarle la
cara tenía una familia, no me importaba realmente. Tampoco era paz. A veces
creo que era todo lo contrario.
Las puertas dobles se abrieron de golpe y
rápidamente el pequeño porche quedó atestado.
Algunos gritaban cosas, otros miraban de
forma bastante grosera la sangre que Ginger acababa de derramar. Varios cañones
me apuntaban, brillantes y fríos. Era lo único frio en esa imagen.
Una mano se alzó e inmediatamente los
cañones bajaron. Era un tipo enorme. Algo tembló dentro de mí. En sus ojos
lupinos pude ver la muerte de cientos, y algo tembló dentro de mí. No estoy seguro
si fue miedo o algo más, algo más aterrador. Sea lo que sea, estoy seguro que
sentí algo temblar dentro de mí. Y sonreí.
El monstruo bajó del porche y sus peludas
botas grises levantaron el polvo de la seca calle. Ginger volvió a mi cintura,
ansiosa por participar.
Los
ojos del monstruo se fijaron en los míos. Esta vez no hubo ningún temblor. Esta
vez mi vida dependía de que no hubiera ningún temblor.
Pasaron los días, los meses y los años, y
los ojos del monstruo, fijos en los míos, no parpadearon. Conté mis
respiraciones, algo que solía hacer sin pensarlo. Uno. Dos. Tres. Cua…
Una lágrima cayó por mi mejilla, una
lágrima ardiente y enorme. El círculo metálico había reemplazado a los ojos del
monstruo. Una mirada igualmente terrible.
La roja lágrima caía de mi cuenca vacía y
el escozor volvió, como siempre inoportuno. Me llevé los dedos al parche y
rasqué sobre este, sabiendo que no haría nada por ayudar. Pero no estaba el
parche. Sólo había un agujero. Un agujero ardiente y enorme.
Yo era el más rápido, siempre había sido
el más rápido. Por algún motivo no estaba sorprendido. Fue la mirada… la lupina
mirada. Ahora era el cañón negro, el que me miraba. Y algo tembló dentro de mi.