Tres personas
tenían los conocimientos técnicos para evitar la desgracia ese día. Si alguna
de esas tres personas hubiera hecho su trabajo, no se habrían perdido todas
esas vidas y las pequeñas comunidades agrícolas a los pies de la represa
seguirían ahí.
Martín Tolosa
era el técnico en jefe de la planta. Aunque no solía ser él el que se cercioraba
de que los niveles de presión y altura en la represa estuvieran dentro de los
seguros, solía hacer rondas, más por costumbre que por deber, por las salas de
máquinas.
La noche
anterior, su hijo menor, Gonzalo Tolosa, saliendo del bar Tropicalia, vio media
cuadra más abajo a una pareja peleando a gritos. El hombre tenía sus puños
levantados y parecía al borde de golpear a la mujer. Envalentonado por las tres
cervezas que corrían por sus venas, se acercó, dispuesto a ser el héroe de la
situación.
Lamentablemente,
el hombre no era más que un proxeneta que la gritaba a su empleada, y cuando
Gonzalo se acercó a defender a la dama, el proxeneta no dudó en sacar un
cuchillo y clavarlo en el estómago de Gonzalo.
La mañana del
desastre, Gonzalo se encontraba en el hospital San Enrique, siendo interrogado
por la policía. Su padre, Martín, se encontraba en la sala de espera,
preocupado por su hijo, sin saber que antes de que termine el día, esa sería el
menor de sus problemas.
La segunda
persona que podría haber detenido la rotura de la represa era Marisol Foncea.
Marisol era encargada de la medición y control de cantidad de alcaloides en la
planta. Esa mañana, ella se encontraba sin lentes, los había olvidado en la
casa de Benjamín Farías.
Marisol y
Benjamín se habían conocido en un sitio de citas por Internet,
Quientebusca.com. La noche anterior al día del desastre, ellos iban al teatro
municipal para ver una representación del Réquiem de Mozart. Marisol siempre
había tenido un pequeño fetiche con los músicos de cámara. Ella estaba segura
que no se lo había mencionado a Benjamín, así que tenía que ser una gran coincidencia
que él la haya invitado a ese concierto. Con las hormonas revolucionadas y el confutatis
en los oídos, Marisol propuso a Benjamín que se fueran a su departamento.
Luego de una
noche de pasión, vino una mañana de vergüenza. Marisol tenía cómo política
nunca acostarse con hombres en la primera cita. Se despidió del adormilado
Benjamín y se fue directo a la planta. En el apuro, olvidó sus lentes de
lectura sobre la mesita de noche de la habitación de Benjamín.
Sin sus
lentes, Marisol no pudo leer el indicador que decía que los niveles de teobromina
y feniletilamina eran mucho más altos de lo normal. Todavía avergonzada por lo
ocurrido la noche anterior, decidió no pedir ayuda a nadie para no dar
explicaciones.
Felipe Pérez
era la última persona que podría haber hecho algo para evitar la tragedia.
Felipe se encargaba de pasearse todos los días por sobre la represa,
monitoreando en busca de grietas o anormalidades.
Felipe también
era un ávido observador de aves. Siempre llevaba binoculares colgando del cuello
y una cámara de fotos. Aprovechaba sus rondas sobre la represa para ver el
vuelo de los pájaros y las nidadas de algunas águilas que solían vivir en los
riscos sobre la represa.
Esa mañana no
era la excepción. Felipe se turnaba entre mirar los cielos y mirar hacia abajo,
hacia la represa. Un destello de color rojo captó su atención. Le pareció que
podía tratarse de una bandurria de bandas rojas, un ave rarísima que nunca había
sido vista por esas latitudes.
Felipe
persiguió al inusual pájaro, corriendo por la represa. El ave desapareció entre
los riscos y Felipe llegó al final de la estructura, un muro de piedra frente a
sus narices. Felipe no se rendiría hasta haber obtenido una foto del ave. Los
muchachos de la Asosiación Amateur de Observadores de Aves jamás le creerían
que había visto una bandurria de bandas rojas sin evidencia fotográfica. Con
una determinación absoluta, Felipe empezó a escalar el muro.
Era en esos
momentos, mientras Felipe escalaba el muro, Marisol fingía poder leer los
indicadores, y Martín estaba en la sala de espera del hospital San Enrique, en
que los niveles de azúcares y teobrominas se dispararon, y causaron una enorme
marejada que resquebrajó los muros de la represa.
El pequeño
agujero, que goteaba lentamente un líquido de color café, pronto se hizo más y
más grande. Bajo la represa había cientos de pequeñas comunidades agrícolas,
que producían muchas toneladas de trigo al año. En esos momentos, los campos de
trigo estaban listos para la cosecha y parecían eternos mares de color
amarillo.
Felipe estaba
a unos metros de la bandurria, a segundos de sacar una foto que le ganaría la
envidia de todos los observadores de aves, cuando escuchó un estruendo. El
ruido espantó al ave y Felipe casi se cae del susto.
Marisol estaba
en la sala de máquinas cuando notó que una válvula de presión hacía un ruido
inusual, un fuerte y agudo pitido. Cuando el temblor sacudió toda la represa,
supo que algo andaba muy mal.
Martín
conversaba con un médico del hospital San Enrique. Este le decía que su hijo,
Gonzalo, había sido afortunado, ya que la cuchillada no había roto ningún órgano
interno. Un ligero temblor sacudió el piso del hospital. Preocupado como
estaba, Martín no se percató de nada.
Quizás fue el
destino, o simplemente mala suerte. Si alguno de los tres eventos que
impidieron que Felipe, Marisol y Martín hicieran su trabajo no hubiera
ocurrido, todo sería distinto. Finalmente, la represa explotó con el ruido de
un trueno, y un enorme rio de chocolate se derramó sobre los campos de trigo y ¡PAF!...
nació Chocapic!
Es la segunda vez que entro en tu página. He releído éste cuento y sentido las mismas sensaciones que tuve antes: pasión y decepción. Lo siento, pero me parece genial hasta que llega el final y todo se echa a perder. La suma de los azares que da lugar a un evento insospechado, tan bien descrita, merecía otro final. De pronto, un texto que te agarra te sorprende con un chiste. Pues qué quieres que te diga... Yo que tu, si hubiera sido capaz de escribir como tu lo has hecho, hubiera cerrado la historia con las consecuencias del desastre. Sólo después de eso me hubiera permitido cambiar el chip y poner tu conclusión justificándola con algún argumento tal como "eso sí; como de todos los desastres también surge algo bueno..."
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